viernes, 17 de septiembre de 2010

Fin del verano

Nos resistimos pero el verano se nos va... adiós piscina, adiós vacaciones, adiós camiseta que me siente estupendamente... Hola chubasquero, hola jersey que me queda grande...

En realidad nos ponemos de mal humor cuando llega el otoño no por eso, sino porque tenemos que empezar a cargar con el paraguas y con el abrigo (con lo bien que íbamos con las manos desocupadas) por tener que aguantar muchos más atascos (es que la gente se atocina cuando llueve), por tener que arreglar el armario para tener a mano la ropa de invierno (con tanto adelanto como nadie habrá inventado ya el armario automático), porque se nos pone el pelo como a un león (la humedad, que no perdona), porque nuestra terracita preferida ha cerrado (pues no lo entiendo, con el negocio que tenía)... En fin.

Pero también hay cosas buenas en otoño, como ese cocidito que hace tu madre y que en verano no hay manera. O esas tardes de domingo junto a tu pareja en el sofá y frente al televisor. Ese color que toma la naturaleza, tan ocre, tan rojo, tan pardo...

Ya desde la más tierna infancia los otoños son fuente de proposiciones para el nuevo curso. Apuntarme a un curso de inglés, ir al gimnasio, ponerme a régimen, dejar de fumar... Propuestas que desde luego no cumpliré o, mejor dicho, que dejaré para el mes de enero.

Y en cuanto a las colecciones de las editoriales, que si abanicos, que si cochecillos de época, que si reproduciones de monumentos, que si joyas de egipto... También las empezamos todas. Bueno, eso sí, hasta el tercer número porque luego nos damos cuenta de lo que cuestan y lo dejamos porque nuestra pareja se empieza a quejar de que ya no tenemos sitio. Claro, a ellos les molesta porque ellos no tienen sitio para sus propias colecciones. Si es que esto del matrimonio es un toma y daca.

Y a ti ¿Por qué te cambia el carácter cuando llega el otoño?