jueves, 8 de septiembre de 2022

El tabaco, mucho más que humo

¿Por qué no cogemos el toro del tabaco por los cuernos de una vez? Ya se acabó el fumar en los locales públicos. A mí me parece muy bien porque estoy cansada de que otras personas me ahúmen la vida, pero yo me pregunto si no sería más fácil buscarle una solución real al problema.
Si no se puede prohibir su venta porque genera mucho dinero a las arcas del Estado y porque suponen muchos miles de puestos de trabajos, ¿por qué no se gestiona una mayor calidad del producto?
Sí, más controles, porque no se explica uno que si los Estados controlan todo lo que comemos o bebemos, no se obligue a las tabaqueras a hacer productos con más calidad y menos sustancias nocivas y sobre todo adictivas para que los fumadores puedan fumar, de verdad, lo que quieran y no lo que les pida literalmente el cuerpo…
En fin, unas medidas que harían del tabaco un producto menos perjudicial para la salud y así dejaría de ser una adicción y se convertiría en un placer -como antiguamente-. De esta manera el fumador dejaría de ser un enganchado que lucha por dejarlo para convertirse en una persona que disfruta fumando, como el que disfruta con una buena comilona o con un vaso de whisky. Eso sí, sin que su humo nos dañe a los demás, como no nos daña el filetón que se está metiendo entre pecho y espalda nuestro compañero de mesa o el copazo que se bebe el que tengo al lado, siempre que no conduzca, claro.
Pero por si esto que propongo, como me temo, es una ilusión también apunto alguna otra idea para que nuestro gobierno medite e incluya en la nueva ley del tabaco: Más vigilancia a los menores (multar –de verdad- a aquellos que les venden tabaco o a los propios padres, que lo permiten o no saben como atajarlo), multas para las embarazadas fumadoras, para los progenitores que fuman delante de sus hijos, para el personal sanitario que lo hace… Y, sobre todo, recargas en las facturas médicas de los enfermos con más de diez años de 'humo en sus pulmones'.