jueves, 21 de abril de 2011

El alto precio que nuestros hijos pagan por la migajas que se llevan de su vida escolar

Según los estudios europeos ocupamos un lugar muy destacado entre los peores en lo que a la calidad de la enseñanza de nuestros niños y jóvenes se refiere. Pero para darnos cuenta de esto no necesitamos ningún estudio europeo, simplemente vale con observar la educación que nuestros propios hijos reciben en el colegio y/o instituto. No me refiero a educación en lo que a buenos modales se refiere, sino a enseñanzas clásicas, o sea, ya saben: geografía, lengua, inglés, matemáticas… Y también me refiero a la forma en que nuestros hijos tienen que afrontar estas materias.
Veamos. La educación en España se basa en la memoria. O sea que el niño tiene que ‘empollar’ un montón de conceptos para hacer frente a un examen. Un montón de conceptos que luego olvidará rápidamente y prueba de ello es que cuando en la ESO o Bachillerato llegan los exámenes finales los chavales deben volver a estudiar lo que ya aprobaron, y a veces, con nota en la primera evaluación, por ejemplo. Luego, cuando terminan el colegio, el 90% de lo estudiado y aprobado cae en el olvido y solo si se opta por una carrera universitaria, tales o cuales materias pueden volver a recordarse.
Hagamos examen de conciencia. ¿Qué nos queda a nosotros mismos de nuestro paso por el colegio? Puede que nos acordemos de los ríos de España o de las capitales europeas (en muchos casos porque luego a lo largo de nuestra vida adulta hemos sabido de ellos por viajes o por las noticias de la TV), también nos acordamos de las cuatro reglas de las matemáticas pero a mí, por ejemplo, que soy de letras, no me saques de ahí y de la regla de tres porque además, lo confieso, siempre uso calculadora. ¿Y qué me decís de los grandes pensadores? ¿Alguien sabe, así de pronto, cuál es la base de la filosofía de Nietzsche?, por ejemplo. Posiblemente, el que lo sepa es porque lo ha leído posteriormente, porque recordar lo que nos explicaba don Anselmo… cuesta mucho.
Pero si esto es malo, el no retener casi nada de lo que estudiamos, mucho peor es el precio que nuestros hijos pagan por esas migajas que se llevan de su vida escolar: un montón de horas rodeados de libros, apuntes, deberes, trabajos… Porque además de las 8 horas diarias que pasan en la escuela, tienen que hacer deberes en casa, trabajos en vacaciones de Navidad o Semana Santa… y las mil una actividad extraescolar que los padres creemos que enriquecen sus C.V.
No me extraña que cuando llegan a la vida adulta ni siquiera sepan por donde empezar, están agotados. ¿Por qué no les enseñan en el colegio un poco más de sabiduría de la vida, de saber estar, de saber buscarse la vida, de saber sortear un mal trago en vez de tanta materia susceptible de olvidar? Desgraciadamente aún quedan muchos años para ello.