domingo, 9 de enero de 2011

¿Cómo nos hemos dejado engañar así...? ¿Dónde estaba nuestro instinto de supervivencia?

Bueno, pues ya se han acabado las fiestas y ahora nos toca volver a la realidad de nuestra rutina a la que en cualquier otra circunstancia incluso podríamos estar agradecidos porque dejamos de comer en exceso, de comprar regalos como zombis, de felicitar el año como autómatas… para sumirnos en nuestros quehaceres más o menos interesantes del día a día.
Pero este año, como también lo fue el pasado, volvemos a temblar de que se haya acabado la ilusión de la Navidad y  no porque nos puedan gustar más o menos la fiestas sino porque volvemos a enfrentarnos a esta dura realidad que nos despierta cada día vestida con un traje muy feo que llaman crisis.
Así, nos damos de bruces con un bolsillo vacio que nos invita a replantearnos nuestra propia existencia y, como  primer ejercicio del año, a hacer cuentas. La cuesta de enero ‘promete’ porque, como siempre, se nos ha ido la mano en Navidad. Pero, nos sentimos afortunados porque podemos darnos una vuelta por las rebajas, este año más abarrotadas que nunca, y nos proponemos comprar todo lo que necesitamos, a sabiendas de que esos descuentos de “hasta el 70%”, que anuncian los escaparates, no solo se refieren al precio sino también a la calidad. Pero, como no vamos a aprovechar ahora… si luego, posiblemente, ya no podamos gastar un euro de más.
El segundo ejercicio que se nos ocurre para que no nos pese tanta cuesta es dejar el café de media mañana, “total ya no puedo ni fumar mientras me lo tomo. Puede ser una forma de ahorrar, e incluso si dejo el tabaco…”, nos decimos. Qué triste. Ya ni café.
Seguimos haciendo cuentas. Se acabo ir mensualmente a la peluquería y de renovar el bono del gimnasio ni hablamos. Las salidas de los viernes habrá que espaciarlas y los fines de semana, a pasear a los niños al centro comercial pero sin caer en la tentación. A ver como se puede hacer eso. En el súper hay que ser más concienzudo, buscar el mejor precio y comprar sólo lo que vamos a consumir, pero los fines de semana hay que seguir yendo a ver a papá y mamá, que es donde mejor se come y siempre ahorraremos un pico.  
¿De donde más podemos arañar unos euros? Nada de coche, por supuesto, pero eso sí nunca renunciar a la Primi, y si toca… Volvemos a rezar, al Dios que sea, para que se acabe la crisis, porque nos tememos que este año también nos quedaremos sin veraneo, como el pasado.  
Y mientras pensamos esto, nos preguntamos: ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Algo terrible, reconocemos: nos hemos dejado engañar por banqueros, políticos, constructores, empresarios…  Ay, esa súper-hipoteca que firmamos hace unos años por encima de nuestras posibilidades, ese gran viaje que aplazamos el pago a doce meses, ese coche nuevo mucho más grande de lo que necesitábamos… y todo aquello que a golpe de talonario nos hacía creernos mucho más vivos, mucho más modernos, mucho más poderosos. Todo aquello que por fin acallaba ese instinto ‘tan primario’  que nos inculcaron nuestros padres, es instinto que cualquier animal obedece con los ojos cerrados, pero que nosotros, los ‘superiores’, creímos haber superado. Ese instinto, el de supervivencia, al que ahora sumergidos en esta gran crisis sí que no tendremos más remedio que volver a agarrarnos.