Esta deliciosa y a la vez triste carta que me he encontrado en internet me ha hecho reflexionar. No es que hasta
ahora no hubiera pensado en ello, claro que sí. Sin embargo, por mil causas o
porque desgraciadamente mis padres murieron jóvenes, nunca me había parado a
pensarlo en profundidad.
Cuando
yo era pequeña mi abuela vivía con nosotros. Era parte de nuestra familia,
desde luego, y al tiempo, era la cocinera, la niñera, la que nos regañaba si
nos portábamos mal... pero también la que nos contaba muchas historias, muchos
chascarrillos, muchas vivencias y la que nos daba muchos, muchos besos y más abrazos.
Para
nosotros, mi abuela materna era 'nuestra' y nunca en la vida se nos habría
pasado por la cabeza dejarla en sus últimos días en una residencia, por lujosa
que esta fuera. Aquello era algo que hacían los desarraigados, los sin escrúpulos, los malos hijos, la gente rara, los desconsiderados... al menos eso era lo que nosotros pensábamos. Mi abuela vivió con nosotros hasta que un día su salud, con 93
años, dijo 'hasta aquí' y se fue muy deprisita, casi de un día para otro.
Siempre
se había valido por sí misma hasta que se cayó y se rompió el hombro, dos veces
con dos años de diferencia. A partir de ese momento ya había que ocuparse más
de ella, había que ayudarla a bañarse, a vestirse, a salir a la calle... pero nosotros
lo hacíamos gustosos, formaba parte de nuestra vida, era nuestra obligación
como familia, lo teníamos dentro del alma. Sabíamos que era entonces cuando
teníamos que devolverle todo lo que ella nos había dado a lo largo de toda
nuestra vida.
Desgraciadamente
ese ejemplo que me dieron mis padres con mi abuela no pudimos ponerlo en
práctica con ellos mismos, porque los dos murieron antes de que nos diera tiempo
a pensar que se hacían mayores.
Ahora,
todo es distinto. Más a menudo de lo que nos gustaría aparcamos a nuestros
mayores en residencias. Nos engañamos con la excusa de que no podemos
atenderles bien, que no podemos estar con ellos. Qué triste es ver a esos
ancianitos consumiendo sus días con una caja llena de fotos en el regazo como
únicos recuerdos de una vida de lucha para sacar adelante a esas mismas personas
que ahora 'no tienen tiempo'.
Seguro
que todos nos hemos esforzado mucho para llegar a donde estamos, a ser grandes
abogados, empresarios, periodistas, ingenieros... pero lo que no podemos
olvidar es que sin ellos, sin que nuestros padres o nuestros abuelos lo
hubieran dado todo por nosotros difícilmente lo hubiéramos conseguido. Esto que
digo seguro que lo sabe bien todo aquel que es padre o madre, aunque
desgraciadamente muchos tienden a olvidarlo. Como dice la anciana de esta carta a un
periódico "la familia se forma para tener un mañana" y no para quedar
olvidado como un trasto viejo, esto lo añado yo.