lunes, 19 de junio de 2023

¿Alguien sabe a dónde vamos tan rápido?

El otro día cayó en mis manos un par de episodios de “La Casa de la Pradera”, ese entrañable culebrón norteamericano que nos contaba las vicisitudes de la familia Ingalls, con Michael Landon, como gran patriarca.

El caso es que los dos capítulos que me apresuré a ‘revivir’, recordando aquellas tardes de domingo delante del televisor junto a toda mi familia, me defraudaron y lo hicieron, no por la temática, entretenida y recurrente, sino por la acción, demasiado lenta para mi gusto, mi gusto moderno, supongo. Y no tardó en asomarse a mi memoria esa misma sensación que percibí cuando volví a ver otro clásico de la tele, “Arriba y Abajo”, hace ya algunos años.


 Si echas la vista atrás verás que ahora vivimos mucho más deprisa que antes, el ritmo que imprimen las películas y la TV te puede hacer reflexionar. El tema está en que esa lentitud que ahora percibo cuando veo una película antigua no es otra cosa que el reflejo de que ahora vivimos mucho más deprisa . Y mientras pienso en eso, recuerdo que la primera vez que vi “CSI” me pareció que seguía un ritmo tan rápido que me era difícil mantener el hilo de las andanzas de Horatio y los suyos. 

Sin embargo, enseguida me hice adicta, me acostumbre y ya no me parece que su ritmo de las series de ahora sea tan vertiginoso. Todo esto me lleva a la conclusión de que la vida se va acelerando según pasan los años. 

Antes escribíamos una carta y teníamos que aguardar días la respuesta, ahora es poco menos que inmediato; antes telefoneabas a alguien y podía ser que no estuviera, hoy eso es casi impensable. Si no está es que no quiere, porque seguro que su Smartphone está encendido las 24 horas del día. Antes si necesitabas un dato para cualquier cosa tenías que, cuanto menos, moverte de tu asiento para conseguirlo. Ahora con un golpe de ratón o de botón lo tienes todo ante tus narices… ¿Y qué tiene que ver esto con las películas antiguas? Pues, eso, que lo que nos llega por la pequeña –y gran- pantalla no es otra cosa que el reflejo de una sociedad que cada día va más deprisa. En fin, que yo solo espero que sepamos hacia dónde, porque yo empiezo a marearme.